A ver, voy
a ser valiente y voy a confesar algo: la película Blancanieves,
la española, no me gustó.
-¿Ah? ¿Qué
dices? - (casi puedo oírlos).
Está
bien, acepto que la música es magnífica, las actuaciones soberbias, la
fotografía preciosa y el montaje excelente, pero ¿hay necesidad de recrearse en
la tristeza de esa manera? ¿No tenemos ya suficiente con la vida real para que
vengan a presentarnos una fantasía donde absolutamente todo es triste, malvado
e injusto?
Cuando
vi al director de esta película recibir su Goya, me pareció un ser encantador
de dulce sonrisa, ¡mejor actor debió haber ganado! Allí nos habló del amor a la
fantasía, pues si así es la fantasía prefiero la realidad. ¡Pasarse nueve años
regodeándose en esa historia! ¡Madre mía! ¡Qué sufrimiento! Me encantaría ver
por un agujerito su vida. Hasta me preocupa, pobrecito.
Por
otra parte, entiendo perfectamente que como candidata a los Oscar, España envíe
lo mejor de su producción ¿pero alguien en su sano juicio pensó que los gringos,
siendo como son, iban a considerar esta película? ¡Eso sí es fantasía!
Ahora
pueden borrarme de todos los círculos de conocedores de cine e intelectuales. Para
cosas tétricas basta con asomarme a la vida real. A mí la próxima vez si me
hablan de fantasía, por favor pónganme la Blancanieves de Disney, que había
olvidado, pero que hoy vuelvo a amar desde lo más profundo de mi corazón.
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