Cerezos, Valle del Jerte |
Sé que
los cerezos en el Valle del Jerte están en flor, es la época. Los árboles de
los patios vecinos ya están llenos de apretadas flores blancas, así que el
valle tiene que estar espléndido. Sin embargo, hoy llueve y dicen que lloverá
mañana. Quizás por eso pienso en los árboles, en mis trabajos universitarios de
fotografía donde repetía una y mil veces los ficus gigantes y rompeaceras de
Caracas.
Luego me voy a aquellos almendros haciendo equilibrios en los barrancos
de la Costa Brava, el rosa de sus flores, la fragilidad de sus ramas, la fuerza
de sus raíces.
Los apamates que se alineaban en medio del tráfico en
la principal de Los Campitos, y con los araguaneyes que eran cientos de puntos
amarillos regados por las montañas que rodean la Valencia caribeña.
El bucare
de la finca. El maravilloso árbol de pomarrosa de Los Anaucos y su sombra
especial para colgar chinchorros. El tamarindo de casa de mi abuela y el
recuerdo de sus frutos que me hacen agua la boca. Y la mata de mango del patio
y la vara alta para coger los futos que llegaban olorosos a nuestras manos.
Cuando
era niña decía que no me gustaban los mangos a no ser que estuvieran recién
cogidos del árbol, ayer compré un mango que cruzó un océano metido en una
nevera y, envuelto en papel de seda, lo traje a casa, para olerlo especialmente y
sentir de nuevo que lo había cogido con la vara, mientras la lora de la casa gritaba desde lo alto “Licho, venga a buscarla”.
Coo todos tus escritos, maravilloso
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