La finca del tío Rodolfo estaba perdida en el medio del
llano. La primera vez que fuimos, el viaje desde Caracas fue eterno. Cuando la
autopista dejó atrás las ciudades, y nos metimos de lleno a atravesar montañas,
el verde se hizo dueño del paisaje en distintos tonos y posturas. Para ese
momento ya habíamos cantado todas las canciones que recordábamos y los niños
habían dormido y despertado varias veces.
Las curvas y los
camiones nos tenían alerta, por suerte viajábamos en marzo y dominaba la
sequía, así que vimos algunos incendios corriendo montaña arriba como peines de
fuego arrasando con todo, algunas colinas ya estaban calvas. Al menos no
llovía.
De pronto tuve
la misma sensación que se tiene cuando se baja a la playa desde Caracas hacia
La Guaira y, después de alguna curva, se ve el mar inmenso como esperándonos.
Igual se presentó el llano, de repente, como si nos hubiéramos posado en la
línea del horizonte y por ella seguíamos sin ver ningún relieve. Los pueblos
polvorientos aparecían de vez en cuando y la gente pasaba a caballo o a pie por
la orilla de la carretera con una lentitud casi envidiable.
Intentábamos
alargar las paradas porque desde hacía horas nos esperaban en la finca, pero mi
esposo quería fotografiarlo todo. El marco de la ventanilla del auto encuadraba
las imágenes y yo trataba de recogerlas en mi memoria. En un par de ocasiones
nos detuvimos a captar con la cámara esos paisajes. Una de esas veces se
trataba un juego de fútbol en medio del llano, el suelo árido, la red de la
portería a punto de caer al piso por el cansancio y un grupo de niños, cuyas
ropas tenían en mismo color de la tierra, pateando con chanclas una pelota que
parecía haber absorbido ella sola todos los colores. Esa era la imagen que yo
vi, la que recuerdo.
Sin embargo,
cuando nos entregaron las fotos del viaje, entre sonrisas de mis hijos,
caballos y planicies, apareció una foto en blanco y negro. El llano se había
convertido en el mar que yo había sentido la primera vez que lo vi y de sus
profundidades salía una red que podía ser de un pescador o el resultado de un
naufragio cercano. No estaban los jugadores, ni su ruido, ni sus carreras,
todos quedaron fuera del encuadre. Mi esposo dijo que se le había disparado la
cámara, pero que le había gustado el resultado. Yo insistí en el mar, en ese
mar que siempre nos persigue.
Mayo 2004
Siempre me emocionas, siempre.
ResponderEliminarGracias amiga mía, somos hermanas también en la palabra.
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