A C.R.
La puerta del dormitorio
crujió al abrirse y entró una larga fila de recuerdos que atraparon a Sonia
sentada en la cama tomando su café marrón, dulce y muy caliente, su hija estaba
junto a ella. Sonia la vio con sus enormes ojos grises que sabían mirar hacia
adentro o hacia fuera, según el momento en que el destino o las
lagunas la dejaran llegar o no a la superficie.
Sonia preguntó por sus nietas, pidió explicaciones,
luego tomó la mano de Claudia con suavidad y le dijo: “tú eres hija de la
tormenta, la noche que naciste llovió como si se inundara el mundo y por eso
tienes una fuerza que arrastra todo”. La mujer la escuchó aturdida y con los
ojos a punto de soltar el llanto. Después Sonia volvió a hundirse en la laguna
pantanosa de la mente de la que no salió nunca más.
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